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Resumo
Defino exclusión social, la cotidianeidad y los traumatismos permanentes a los que están expuestas aquellas personas en los límites de la sobrevivencia. Los lugares que se les ofrecen, y las posibilidades de subjetivación, problemas esenciales que tienen que ver con la convergencia de la clínica con lo social. Se analiza la identificación mortífera que se les impone. Subrayo sus producciones culturales y nuestras posibilidades como psicoanalistas


Palavras-chave
exclusión social; traumatismos permanentes; posibilidades de subjetivación; identificación mortífera; producciones culturales propias; respuestas inmunitarias.


Autor(es)
Elina Aguiar Aguiar
es membro Titular de la AAPPG (Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo) y de la APBA (Asociación de Psicólogos de Buenos Aires). Docente de post grado en la AAPPG. Secretaria de Salud Mental de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH).


Notas
1. H. Aguiar, 2011

2. M. Viñar, Mundos adolescentes y vértigo civilizatorio; J. Puget, "Estados de Excepción: mapa de nuevas subjetividades"; G. Agamben, "Lo que queda de Auschwitz", in Homo Sacer III.

3. D. Miguez; P. Seman, Entre santos, cumbias y piquetes. Las culturas populares en la Argentina reciente.

4. D. Miguez; P. Seman, op. cit.

5. H. Arendt in M. Viñar, Mundos adolescentes y vértigo civilizatorio.

6. S. Amati Sas, "L' interpretation dans le trans subjective", Reflexions sur l´ambiguité et les espaces psychiques".

7. Film "Kaos", Hnos. Taviani, 1984.

8. G. Agamben, "Lo que queda de Auschwitz", Homo Sacer III.

9. H. Arendt, La condición humana.

10. M. Viñar, ¿Semejante o Enemigo? Entre la tolerancia y la exclusión.

11. P. Digilio, "Violencia cotidiana, anomia y alienación".

12. G. Garcia Reinoso, "Algunas consecuencias psíquicas de las transformaciones sociales".

13. M. Ledoux, 1992.

14. R. Castel, 1991.

15. E. Enriquez, 1983.

16. M. Viñar, ¿Semejante o Enemigo? Entre la tolerancia y la exclusión.

17. M. y M. Viñar, 1993.

18. S. Freud, El porvenir de una ilusión.

19. J. Puget, "Pourquoi parler des traumatismes collectifs?", Traumatismes collectifs.

20. R. Esposito, Immunitas. Protección y negación de la vida.

21. R. Esposito, op. cit.

22. S. Freud, Porvenir de una ilusión.

23. J. Derrida, "L'impossible au-delà d'une souverane cruaté", États-Généraux de la Psychanalyse.

24. M. Segoviano, 2000.

25. G. Duby, "Año 1000, Año 2000. La huella de nuestros miedos".



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____. (2009). Mundos adolescentes y vértigo civilizatorio. Montevideo: Trilce.




Abstract
It poses what is meant by social exclusion, the everyday and the permanent traumatisms in which those persons, in the limits of the survival, are exposed. The places that are offered, and the possibilities of subjectivation, essentials problems that are related with the convergence of the clinic and the social. It analyzes the deadly identification that is imposed. It underlines their cultural productions. It points to the immune answers and the possibilities as psychoanalysts to that situation.


Keywords
Keywords?social exclusión; permanent traumatism; possibilities of subjectivation; deadly identification; their cultural productions; immune answers.

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 TEXTO

Nos-otros, del ajeno al semejante

We-other, from alien to the similar
Elina Aguiar Aguiar

Atención: te estás acercando a una zona peligrosa.

gps Garmin, al aproximarse a un barrio de viviendas precarias

¿Quien no reproduce dentro de sí el mundo que lo genera?

Eduardo Galeano, 1978

 

 

Ser digno de ser. Premisa que no parece ser válida hoy en día para todos: hay grandes sectores de la población que están excluidos de ser sujetos de derecho, a tener derechos.

Considero la exclusión social como un proceso histórico, dinámico, en perpetua construcción, interactivo y acumulativo que mediante discursos, acciones y omisiones ubica a las personas o grupos en lugares cargados de significados que el conjunto social rechaza y no asume como propios. Son "los otros".

Por ello como señala H. Aguiar "cuando el término sociedad se refiere a lo público, se quiebra lo que debería ser la relación implícita de todos sus miembros y no implica naturalmente un sentido de corresponsabilidad"[1].

La exclusión es un proceso de expulsión del orden humano, generando como dice Arendt un "hombre superfluo". Marx habla del hombre supernumerario, Ogilvie, "hombres descartables", Z. Bauman, "humanidad superflua" o "vidas desperdiciadas", J. Puget, "des-existentes", Agamben nos recuerda al "homo sacer", la "underclass" de los sajones[2].

La exclusión en Latinoamérica es económica; se excluye a pobres e indigentes. Abarca generaciones en ese tránsito a la exclusión y es difícil revertir y detener ese proceso habiendo tantos factores involucrados en su mantenimiento. Surge así la noción de "vulnerables"; cuando en realidad son personas vulneradas en casi todos sus derechos.

Se trata de personas que padecen hambre crónico, pobreza extrema, maltrato social y doméstico. Son personas en el límite mismo de la sobrevida, en estado de desamparo, de riesgos permanentes: viven en estado de amenaza, a merced de las fuerzas del orden, policía, guardia urbana, las brigadas, fuerzas llamadas de seguridad, que los acosan. Por todos ellos son tratados como "restos" a eliminar. La muerte los acecha a cada instante. Su entorno no es estable, está fracturado y genera condiciones de vulnerabilidad social.

El excluido tiene un no lugar pero se le asigna el papel de usuario de políticas asistencialistas donde se le refuerza su lugar de vulnerable, incapaz de autoabastecerse. Allí la violencia radica en la asimetría de los vínculos. Se le supone un estado carencial y se le desconoce otro capital; nuestra ceguera los visualiza solamente carentes, y así se ejerce sobre ellos una doble exclusión.

 

Exclusión y producción cultural

Me interesa entonces no sólo ver en la exclusión las carencias reales y simbólicas sino también: pensarla como un espacio de producción cultural con sus valores, ídolos, creencias y formas de resolución de conflictos. Que no sólo surge de su estado de carencia, sino que es el resultado de su capacidad creativa donde emergen los múltiples sincretismos que su misma situación les posibilita[3]. Los excluidos del sistema, muchos de ellos se radicaron en la gran urbe proviniendo de países limítrofes y del interior del país, aportando cada uno sus tradiciones, mitos, creencias, narraciones y leyendas que hacen a su polifacético sincretismo.

Si bien la pobreza no es necesariamente exclusión, la exclusión y la indigencia siempre implican múltiples pobrezas en tanto inaccesibilidad al capital social, cultural de que dispone la sociedad. Sin embargo entre cumbias, santos, sabiduría de piquetes, "pibes chorros" (jóvenes que hacen pequeños robos) se van gestando producciones culturales propias donde nosotros quedamos afuera. Valores, mitos, solidaridades y lealtades en asentamientos o villas que nos son extraños. Tienen otros códigos, otro lenguaje, rico, pero que no entra en los casilleros educativos de las estructuras escolares que los expulsan al no contemplar sus diferencias[4].

 

¿El origen un destino?

En las zonas carenciadas los niños pasan de repitentes a expulsados del sistema educativo, sin trabajo, sin estudio y sin un lugar social; la alternativa es la calle, la esquina, la droga, si no son contenidos en otra red social en la que puedan ser actores.

Pero, como señala H. Arendt a los excluidos "nadie los ve, nadie los oye, solo aparecen en el escándalo del motín o el acto antisocial, cuando la miseria material arrastra a la miseria psíquica e irrumpe desorganizando nuestro mundo de buenas costumbres"[5].

Sobre la exclusión hay un discurso de desaparición que se une al deseo "inmunitario" de la mayoría de la población de no ser implicada en su situación. Hay políticas activas para trasladarlos y desarraigarlos a los confines de la ciudad y políticas de omisión y abandono. No son asesinados pero tampoco cuidados; son de crímenes sin criminales

A su vez desde el discurso se los masifica ("son todos lo mismo: vagos, borrachos, no quieren trabajar, viven de los planes etc.") y quizás también por el terror, la población no se cuestiona[6]. "No tengo quien me piense"[7].

El excluido no tiene rostro y es "portador de cara". Una señora en un té de amigas dice: "a la noche ya no se puede salir más por la calle Lavalle, todos tienen tan mal aspecto, que te da miedo".

Los psicoanalistas podemos caer en la misma operatoria masificadora de no verlos y querer encasillar en categorías psicopatológicas lo que simplemente son los efectos y consecuencias de la miseria material, de su "nuda vida"[8] y de su no lugar en la trama simbólica hegemónica. "La maldad también puede ser causada por la ausencia de pensamiento", subraya Hanna Arendt[9].

Marcelo Viñar señala que "en situaciones extremas las reglas y los mecanismos de funcionamiento operan con lógicas distintas a los parámetros habituales de quien sólo está en un orden simbólico compartido". (Como sucede en la vida concentracionaria.)[10]

A los excluidos también se los considera como los únicos responsables de su propia desgracia. Esta justificación cumple una función moral y política para que su sufrimiento sea tolerado[11]. Tolerancia social que lleva a la banalización de la Injusticia social.

Señalé algunas diferencias entre el vivir y el sobrevivir, sobrevidas con la perentoriedad de las urgencias cotidianas. ¿Cómo se pueden construir proyectos, ilusiones, fantasías y cómo se puede tener una conciencia de sí reflexiva, en la pura necesidad?

Están abandonados a una realidad cuya reproducción exige la muerte real o simbólica de ellos. G. García Reinoso señala: "todo acontecimiento real implica una traducción e inscripción psíquica. Esta situación de trauma repetido se inscribe en el inconsciente como deseo de muerte del Otro. El trauma acá es el deseo de muerte del Otro o de un otro colocado en ese lugar de Otro omnipotente (las catástrofes se adjudicaban en la antigüedad a un castigo o maldición de los dioses). Lo traumático externo se transforma en trauma interno. Se les ofrece una identificación mortífera: abandonados a su suerte y sin ser deseados por otros, su destino es letal. Caerán en la locura o actuarán sobre sí mismos o sobre los otros la pulsión mortífera"[12]. Si no se les ofrece un lugar en la trama social pueden sucumbir como sujetos y hacer suyo el deseo de muerte de ese Otro. En la construcción de la subjetividad "la encuesta sobre uno mismo se realiza en los múltiples espejos de los otros que nos confirman o des-confirman permanentemente"[13].

Las personas nombradas como marginales van de la exclusión social a la vulnerabilidad[14] con riesgos de caer en la labilidad vincular.

Dichas denominaciones dan cuenta del lugar que se les asigna, de cómo son mirados, y de los efectos que ello produce. Si bien no se puede pensar sin conceptos, ¿cómo hacer para que un origen no devenga un destino? Se necesita de un reconocimiento de su deseo y deseo de reconocimiento, para que no sucumban en una identificación mortífera con los designios del Otro Social que los trata como "restos eliminables". Para no desubjetivarse necesitan asegurarse un lugar en el multifacético simbólico social.

El lugar que se les otorga y la desigualdad social inducen a la falta de perspectivas, un vacío, en el lugar de las ilusiones y proyectos, una fijación a la lógica de la inmediatez y la convicción de mayores carencias para el futuro. Sin trabajo, sin estudio y sin un lugar social; ¿la alternativa es la calle, la esquina, la droga, la violencia, si no son contenidos en otra red social que los reconozca como sujetos de deseo en la que puedan ser actores?

A los excluidos se les propone una "momificación identitaria" como señala Enriquez[15] desconociendo su multiplicidad de identidades. Las mayorías los clasifican, cosifican y niegan esa la multiplicidad interior que habita en los indigentes.

A su vez a los indigentes desde el discurso se los masifica sin pensarlos ("son todos lo mismo: vagos, borrachos, no quieren trabajar, viven de los planes etc.").

Sobre ellos pueden operar los efectos de la "demolición psíquica" que describe M. Viñar en la situación concentracionaria.  Señala el autor que "en situaciones extremas las reglas y los mecanismos de funcionamiento operan con lógicas distintas a los parámetros habituales de quien solo está en un orden simbólico compartido, como sucede en la vida concentracionaria"[16]. "La destrucción, la degradación del cuerpo, funciona como preparatoria y desencadenante de la quiebra y claudicación a nivel psíquico"[17] cuando no están contenidos en una estructura social y simbólica de pertenencia.

Presentan: drogadicción, descuidos o acciones que llamaríamos psicopáticas o antisociales que son expresión de la falta de espacio para la reflexión y el pensamiento, en las urgencias de la sobrevida, que mediaticen la acción. Señalaba S. Freud: "Una cultura que no ha podido evitar que la satisfacción de cierto número de sus miembros tenga por premisa la opresión de los otros, es comprensible que los oprimidos desarrollen una intensa hostilidad hacia esa cultura de cuyos bienes participan en medida sumamente escasa"[18]. Otras veces la resignación, la sumisión, la "indefensión aprendida" reemplazan al desamparo.

Señalé que cuando su trama social de pertenencia se resquebraja, se identifican con el deseo de muerte de ese Otro. De ahí la importancia de sus producciones culturales para sus sostenes subjetivos, y la importancia de estar insertos en un orden simbólico.

Cuando estos grupos se pueden organizar socialmente instauran mecanismos de resistencia y producen transformaciones sociales duraderas, como nos lo muestra la historia.

 

Viñetas

Juana, de 72 años, que hace 15 años que vive en la calle, justifica al párroco de la iglesia donde pide limosna en la puerta, que no le permitió ir a escuchar un recital de coro en la misma, diciéndole que se fuera a dormir porque estaba muy cansada. Ella es amante del canto y los coros. Al sugerirle yo que el párroco era una mala persona me responde: "No, no diga eso, él es una buena persona, muy bueno con todos y reza por todos nosotros". Quizás Juana no depende de él pero necesita creer en alguien bueno, salvador y lo justifica. Al poco tiempo un "loco" la pateó mientras daba de comer a las palomas y ella decía llorando: "a quien le importo, si yo solo soy una vieja de mierda".

S. Freud señala que los peligros del mundo exterior incrementan el valor de un único objeto (ilusorio) capaz de proteger contra los peligros (Inhibición, síntoma y angustia). En esos casos como el melancólico, la agresión se vuelve contra sí mismo, desconociendo que la agresión provino de afuera.

En cambio Alberto (58 años), que está muy inserto socialmente en la plaza donde vive en su casa rodante (sin ruedas), regalo de un vecino. Todos los fines de semana abre su mesita plegable de ajedrez , saca las piezas y juega con los vecinos, y generalmente gana él. Cuando por una notificación municipal gestionada por los vecinos de las elegantes casas de enfrente, lo instaron a que se fuera, otros vecinos lo apoyaron, le firmaron otra carta pidiendo que se quede: El recurrió a una abogada de Derechos Humanos que, junto con el testimonio de los vecinos, consiguieron que su expediente quedase en suspenso. Dice Alberto "yo de acá no me muevo ni un tranco de pollo, yo tengo derecho y este es mi lugar".

Cuando conocí a Guille sentado en un banco de plaza (más de 60 años) el leía un libro sobre Nietzche, así empezaron nuestros diálogos e intercambio de libros. Hablábamos de todo un poco, le gustaba la fotografía (yo sacaba fotos) y siempre tenía mucho humor y era muy vital. Yo le llevaba los diarios, algo de comida y bebida y pilas para su radio. Por unos meses no lo encontré más en la plaza donde vivía. Tiempo después me contó por correo electrónico (que previamente nos habíamos intercambiado) que se enfermó y estuvo internado en el Hospital. Gracias a una trabajadora social del Hospital, Guille se reencontró con sus hijas, tenía una nieta que lo hizo feliz, hoy en día trabaja de remisero. El me escribió agradeciendo no sólo los diarios y libros que le hacían compañía sino sobretodo el tiempo que yo dedicaba a charlar con él. Su optimismo no se dejó demoler quizás por el muy buen contacto con los vecinos que vivían frente a la plaza. El reconocimiento de él como persona valiosa, el otorgarle un lugar le fue fundamental para subsistir en esas condiciones.

 

Nosotros y los otros excluidos

Nosotros ante la exclusión tenemos al decir de R. Espósito, una respuesta inmunitaria. Frente a los excluidos la sociedad los "tolera" al comienzo (con la violencia de la asimetría que ello implica), denigra, habla mal, se naturaliza esta exclusión, se los evita, se los segrega, luego se intenta institucionalizar la discriminación por ataques físicos, exterminación o por omisión de cuidados esenciales hacia ellos. Por ejemplo a policía de noche le sacaba las frazadas a unos jóvenes que duermen en la calle o el servicio de limpieza de la Ciudad les tiraba chorros para limpiar las veredas donde dormían personas.

Esta respuesta inmunitaria sirve de protección contra ese extraño, siniestro, familiar y no familiar, vivido como peligroso: lo indigente siniestro. La amenaza se sitúa en la frontera entre el interior y el exterior. Se le tiene miedo, señala Espósito, por temor a que se rompa un equilibrio anterior y se exige su restitución.

Ese diferente, ese ajeno, ese que nos enfrenta con la diferencia radical[19] es vivido como un intruso, de nuestros lugares y valores en la comunidad. Asusta su ramificación incontenible y descontrolada. La sociedad desea que no estén a la vista por temor a su invasión y no por una genuina preocupación acerca de ellos y menos aún es capaz de pensarlos como portadores de valores, otros y ricos.

Los incluidos sienten a la comunidad como de su propiedad y pertenencia; ellos piensan que sus valores son los certeros y tienen intenciones de "integrar a los diferentes", "igualarlos", para neutralizarlos y tenerlos controlados. Señala Espósito "El mal debe enfrentarse pero sin alejarlo de los propios confines, incluyéndolo dentro de estos. La figura dialéctica que se perfila es la de una inclusión excluyente o de una exclusión mediante la inclusión"[20].

Inmunizar viene de in-munus (obligación). "Al excluído no le debemos nada, ningún "munus", ninguna obligación para con él"[21]. Es una defensa que utilizamos ante el conformar la Communitas, (donde lo propio es justamente lo que no tenemos en común). Lo común no es lo propio sino la base del respeto por lo impropio.

Es una defensa inmunitaria el no sentirse interpelado por el excluído y no dar lugar a la reciprocidad. Lo escotomizamos y nos cercenamos a nosotros mismos en nuestras posibilidades de subjetivación. La comunidad inmunizada de esta forma se re-constituye y se destituye a sí misma. Sabemos que aquello silenciado deviene estridente en síntomas en las generaciones siguientes dando paso a la impunidad y a la inhumanidad.

Dice S. Freud: "Una cultura que deja insatisfechos a un número tan grande de sus miembros y los empuja a la revuelta no tiene perspectivas de conservarse en forma duradera ni lo merece"[22].

Las culturas de los excluidos, aborígenes, esclavos, villeros, eran y muchas lo son todavía, rechazadas, del sistema educativo y cultural. Pasaron y quizás pasarán muchos años para que la música de negros, de esclavos, de aborígenes y villeros sean recibidas por las clases medias y consideradas como patrimonio cultural. Así como hoy nos deleitamos con los Negro-Spirituals y admiramos Machu Pichu, son muchas todavía las culturas populares que miramos con recelo o peor aún, ignoramos.

Para terminar señalo que hacer lo común con el otro excluido implicaría poder recibirlo, acogerlo sin condiciones. Ante este extraño, ¿cómo pasar, como señala Derrida, de la hostilidad a la hospitalidad? Ha de ser una "hospitalidad incondicionada, donde cada uno tenga la posición de arribante"[23]. "El anfitrión se hace vulnerable al alojar al otro"[24]. Es fundamental que cada uno en ese encuentro pueda recibir al otro sin verse limitado con las certezas, saberes y legalidades previas. ¿Cómo ser un anfitrión, desprejuiciado y neutro?

G. Duby[25] marca una diferencia cuando dice que la posibilidad de sobrevivir en el año mil reposaba en la solidaridad del pueblo entre sí; ¿Cómo hacer cuando el año dos mil nos encuentra con una solidaridad quebrada? ¿Cuáles son sus efectuaciones? Y cuáles nuestras posibilidades de transformación colectiva?

Si el trauma de la exclusión destrama, rompe vínculos, ilusiones, hace pedazos las palabras, como psicoanalistas podemos ofrecernos para conformar un vínculo donde consideremos a ese extraño, como ser deseante, portador de palabras, experiencias, narraciones, valores y riquezas de las que carecemos y transformarnos ambos en el "entre" de esa hospitalidad; requisito indispensable para que este encuentro sea subjetivante para ambos y resistente a la impunidad e inhumanidad de este orden social. Sostengo que estos son problemas esenciales que tienen que ver con la convergencia de la clínica con lo social.

Por ello creo que es prioritario hoy rever como señalaba en el 2000 J. Derrida, de qué nos estamos ocupando prioritariamente en nuestras disciplinas y hacer un giro y pensar en las crueldades vigentes al analizar cuáles son los padecimientos en los vínculos actuales.


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